Cualquier persona adulta que se relacione con una niña o un niño está educando la afectividad y la sexualidad, quiera o no quiera. Se hace educación sexual con las palabras que se dicen y que no se dicen, con los gestos, abrazos, caricias o muestras de afecto que se dan y que no se dan...; todos estos son elementos que siempre están presentes en las relaciones que establecemos con los/las niños/as desde que nacen.
De esta manera, las personas adultas educamos con la actitud hacia nuestra propia sexualidad. Por ejemplo, con la forma en que vivimos nuestro cuerpo sexuado, o la forma en la que expresamos nuestra sexualidad en público. Pero también educamos con nuestras actitudes y con nuestras formas de sentir, pensar y actuar ante las expresiones de la sexualidad infantil.
Las criaturas son como esponjas, atienden a todo lo que ven y oyen; perciben los sentimientos y pensamientos más allá de las palabras. Por ejemplo, un niño sentirá el beso de un/a docente, o sus palabras de aprecio, pero sobre todo las ganas o desganas con que ese beso ha sido dado o esas palabras han sido dichas.
Los/las niños/as, por tanto, siempre aprenden hechos, actitudes y conductas sexuales de las personas adultas que les educan, tengan éstas o no conciencia de ello; incluso cuando lo que predomina es el silencio, ya que no hablar de estas cuestiones es ya un modo de comunicar mensajes.
No hay que olvidar que la gran mayoría de los aprendizajes infantiles se dan por imitación, y esto es válido también para el aprendizaje sobre cómo son y deben ser las relaciones.
Los modelos que ven, perciben e intuyen tienen, por tanto, mucha trascendencia.
Tomar conciencia de estos hechos es el primer paso para empezar a hacer positivo este aprendizaje, y ayudar a que los mensajes insanos, represivos o negativos no formen parte del pensamiento infantil.
Me ha parecido un tema muy interesante para ser reflejado en nuestro blog, espero vuestros comentarios.
un saludo de Aitor Barbosa González
2º curso de educación infantil, educación para a saúde e a súa